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Nicaragua y Venezuela: ¿La primavera Latinoamericana? Déjà vu

Puedo recordar aquel 17 de diciembre de 2010, en el que Mohamed Bouazizi, un tunecino de 26 años, desempleado, decidió encenderse fuego, luego de que oficiales intentaran capturarlo por estar vendiendo frutas y vegetales en Sidi Bouzid. El acto desesperado de inmolarse, en protesta por la crisis y la represión en ese país, llevó a una protesta masiva que acabó con la vida de más de 300 personas y finalmente con la dimisión de un dictador que llevaba 23 años en el poder: Zine al-Abidine Ben Ali.

El ejemplo de Túnez fue seguido por Egipto. A pesar de que el país tuviese un crecimiento sostenido aproximado del 5% anual de su PIB, la brecha de inequidad iba in crescendo, y así con ella el descontento de sus ciudadanos.

Los egipcios reclamaban trabajos, desarrollo económico, estabilidad y educación; pero más allá de reclamar un nivel de vida aceptable o próspero, reclamaban dignidad y pedían a gritos libertad. A lo largo y ancho del globo se podían apreciar en las portadas de los principales periódicos internacionales, pancartas con consignas como estas:-“para aquellos que añoran ser libres” o “democracia, libertad y dignidad”. A Túnez y a Egipto le siguieron Baharein, Siria y Yemen.

Seis años después, una ola de protestas sacude al otro extremo del globo, Venezuela se ve convulsionada, víctima de una crisis humanitaria sin precedentes, que llevó a la población a protestar a lo largo y ancho del país, para demandar la apertura de un canal humanitario, la libertad de presos políticos, la convocatoria a elecciones y el respeto a la Asamblea Nacional electa en 2015 que fuera destituida de facto por el Tribunal Supremo de Justicia en marzo de 2017 y que fue el detonante de las protestas que dejaron más de 150 personas fallecidas en el país sudamericano. La cruenta represión de un gobierno que utiliza todo el aparato del Estado en contra de una población inerme que pide respeto al Estado de Derecho y demanda su libertad, parece ser el modus operandi no exclusivo de regímenes autoritarios de Oriente Medio sino de autocracias de derecha o que se autodenominan de “izquierda” y que claman a vox populi, defender los derechos de sus ciudadanos mientras que, con la bota de sus súbditos rastreros, presionan las cabezas de quienes, ante su constitución, juraron defender. Ese parece ser el caso de Nicaragua.

Daniel Ortega derrocó a la dictadura de Somoza en 1979, hoy iguala el período en el que su antecesor estuvo en el poder. Durante 16 años la familia Ortega ha estado al frente del país centroamericano, desde 1985 a 1990 y, posteriormente de 2007 a 2018. Conforme pasan los años, Ortega se parece cada vez más al tirano que derrocó, tal como si en un intento desesperado, cuál pintor fracasado, hiciera la réplica de un Picasso.

Los Ortega controlan casi en su totalidad a los medios de comunicación del país, así como también a las instituciones del Estado. En 2016 el Tribunal Electoral de Nicaragua, le entregó ilegalmente el poder total del Parlamento, no reconociendo los escaños obtenidos en 2011 por la oposición, algo muy similar a lo ocurrido en Venezuela. De la misma manera en que ha ocurrido en el pais sudamericano, Ortega prácticamente ha inhabilitado a opositores relevantes que puedan hacerle frente en una posible contienda electoral.

Al líder sandinista se le considera terrorista, y Nicaragua está catalogado por Estados Unidos como un gobierno de perfil mafioso, esto luego de comunicados enviados al Departamento de Estado por Paul Trivelli, embajador entre 2005 y 2008. Informes de inteligencia aseguran que el dictador mantenía una relación estrecha con Pablo Escobar. Los abusos, la corrupción y los crímenes son en demasía , entre estos destacan asesinatos, la violación a su propia hijastra, Zoilamérica Narváez, hija de la actual vicepresidente y primera dama Rosario Murillo.

Los vínculos con Venezuela son más que estrechos y la manera en la que operan ambos gobiernos es tan similar, que lo que ocurre en Nicaragua parece estar orquestado desde Caracas.

En cada paso que da Ortega, acentúa una autocracia que ha derivado en el hartazgo e indignación popular; hartazgo que se intensificó a partir de la decisión unilateral, (como es costumbre en regímenes autoritarios), de saldar una deuda millonaria del seguro social, aprobando una ley expedita donde se incrementaban las aportaciones de los pensionados y se disminuían en 5% las percepciones de los beneficiados.

La decisión desató las protestas en la capital del país y en distintas ciudades nicaragüenses, dejando como saldo, de acuerdo a la CPDH (la Comisión Permanente de Derechos Humanos): 63 personas fallecidas, más de 160 heridos de bala y decenas de detenidos, en su mayoría estudiantes que reclaman la renuncia del dictador sandinista.

Los acontecimientos en Venezuela y en Nicaragua señalan una realidad ineludible, ambos gobiernos llegaron al poder con la bandera de una “supuesta izquierda” que supo capitalizar el enojo de una población desatendida, una inequidad rampante y unos niveles de pobreza importantes, derivando en una especie de pseudo socialismo o neocomunismo, que en Venezuela ha desatado una crisis humanitaria sin precedentes y en Nicaragua comienza a despertar sus síntomas.

 

Publicado en Diario Judio

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